¿Cómo funciona todo esto?

Simple. Voy a dormir y tengo un sueño, luego vengo y te lo cuento.

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Revolución

Noviembre 28, 2010

Comencemos.


Viernes en la noche, estaba en casa de una amiga en una fiesta, no recuerdo motivos ni preocupaciones. Era una casa pequeña, podría haber sido un departamento. Yo tomaba. Siguió la fiesta y la gente estaba dentro de la casa, pues en el pórtico también había espacio para más gente y era ahí en donde a mí me gustaba estar. De repente sale de la casa un hombre alto y fornido, con un sombrero puesto que portaba una pluma verde en la copa, Antonio Banderas. Hablamos de la actuación y le comenté que participé en una obra de teatro, recordé que había quemado el DVD de la obra para dárselo a una chava que me gustaba, pero decidí regalárselo a Antonio, le dije que no dudara en contactarme.

Salí de la casa y de la nada, estaba yo en la ciudad, un día normal, cuando entré a un centro comercial. Subí escaleras y me topé con muchos amigos que iban caminando, tranquilos. Estaba La Gran Cabeza, Otavio, Iturbide, etc. Seguí pasando, viendo las tiendas extenderse indudablemente hacia un abismo neutro y cálido, hasta que encontré una de discos y películas. Me llamaba. Ahí dentro, pude visualizar algo muy peculiar del otro lado de los porta discos: un sombrero con una pluma verde. Al seguirlo, me recibió Antonio Banderas con una sonrisa en la cara, dijo que le había gustado mucho el DVD y que le diera mis datos, pero entonces, un terremoto atacó el lugar. Corrí como no tienes idea, me espantó la idea de morir en un centro comercial, no era un lugar digno para mi desdichada muerte. Entre más corría, más me asustaba. Todo pasaba a mi lado como una mancha multicolor, luces y gente y olores.

Después de haber corrido por varias cuadras, encontré una gran ventana que estaba algo abierta. Entré sin dudarlo para refugiarme. Recuerdo un solo cuarto. Parecía una biblioteca, era amplio y tenía secciones de libreros. Te haría un dibujo pero no tengo tiempo. Viéndolo desde arriba era así: del lado derecho, ventanas enormes que ocupaban todo el espacio de la pared, por donde entré; del izquierdo había una puerta doble de roble, cerrada; también había una puerta al lado de ésta, más pequeña, que daba a lo que parecía ser un baño, pero este baño sólo tenía un espejo y una tina; del lado norte era pared, y del sur, había una puerta corrediza que daba a lo que parecía ser un closet, pues había ropa tirada y sucia en el suelo y algo que me sorprendió (pero que no encontré hasta después en el sueño) era que habían mensajes escritos en el suelo del closet y en las paredes, manchas de sangre y de tinta improvisada que representaban la última voluntad de quienes estuvieron ahí, el último lapso de creatividad que corrió por sus mentes antes de morir. Ese closet había visto la muerte de frente. En el espacio central, los libreros, acomodados tal y como te imaginarías dentro de una biblioteca, faltaban libros, muchos libros.

Lo primero que hice después de entrar fue cerrar la ventana con seguro, luego me tomé la libertad de analizar el cuarto y descubrir todo lo que te acabo de contar. Asimismo fui encontrando personas en este cuarto, gente que también estaba escondida, asustada y adolorida. Comenzamos a hablar algunos y otros nos callamos, atentos a la expectativa. Entonces lo escuchamos, ese sonido que tanto habíamos temido percibir, una explosión en el aire que llegó hasta nuestros oídos y les reclamó atención inmediata; plomazos de furia y de frialdad. Balacera a unos cuantos metros fuera del cuarto, por la ventana no se veía nada. Me enfoqué entonces en encontrar un lugar para esconderme y protegerme de las balas, cuando una entró por el cuarto; dio en la pared de la izquierda, que da con el baño, fui a ver los daños y el calibre de la munición. Era grande, había atravesado la pared de cemento y era notable el gran hoyo que dejó en ella. Atentos pues ante la inminente cogida.

Escuchamos gente corriendo y reclamando del otro lado de la ventana, cuando ocurrió lo que me preocupaba, entraron por la misma para esconderse, creo que el ejército los perseguía. Por la ventana vi algo que me sorprendió, entró un hombre flaco, chaparro, pero con un fusil capaz de matar a dos elefantes rebeldes; y detrás de él, mi esperanza destrozada. Entró pues una mujer divina, la única que jamás me había hecho sentir la calidez del amor, un fantasma de su recuerdo en mi mente. Pero no era igual físicamente, la veía diferente del cuerpo, la estatura, las facciones; no era ella, pero era ella. Entró gritando y anhelando destrucción, cargaba a un bebé en el brazo derecho y una metralleta en el izquierdo, cuando me vio y se frenó enseguida.

–¿Qué haces aquí? No es lugar para tus pendejadas.

–¿Qué buscas?– Le reclamé.

–Libertad.

Dio la vuelta y comenzó a perseguir, junto con el otro hombre a los demás. Estaban reclamando que les entregáramos todas nuestras posesiones. Me apresuré a esconderme detrás de un librero y me quité la mochila para esconderla en una de las secciones, también mi celular y mi cartera, sólo dejé el efectivo en mis bolsas. Después de despojar a los demás de sus bienes, llegó el hombre a mí.

–Todo en la bolsa, cabrón.

Le di el dinero y volteé la cara. Se fue.

La añoranza me movía entonces. Los balazos incrementaban en sonido y en constancia. La busqué y la encontré empujando a los demás, gente inocente, desquiciada, inútil, gris; sí, gente gris. Algunos se escondieron en el closet y otros en los huecos de los libreros en donde no había libros. Estaban muertos ya desde que tomaron esa decisión.

–Lo hago por mí.– Me contestó cuando le reclamé una explicación.

–Pero no eres tú, no es lo que quieres.

–¿Y qué carajo quiero entonces? ¡Tú no sabes ni quién eres!

Estrepitosa explosión de lágrimas cuando una bala penetró el aire del cuarto y dio directo en su brazo derecho, atravesando la cabeza del infante. Se fue a esconder en el baño, gritando con dolor en el alma, meciendo a su inmóvil bebé en la tina.

–Sangre derramada sin sentido.– Le dije sin sentir por ella lástima alguna. Por el bebé sí.

–¡NO!

Gritando y meciendo con más fuerza el cuerpo inerte, cubriéndolo con la manta azul.

–¿Encontraste lo que buscabas? Aquí tu perdición, mujer. Vete ya.

Y salió espantada junto con el hombre por las puertas de roble mientras las balas rozaban nuestras mejillas y nuestro suelo. Me volteó a ver una última vez antes de salir y sentí miseria en su mirada.

Del otro lado de la puerta escuché gritos.

–¡Los tenemos! ¡Alto al fuego! ¡Alto al fuego!

Salí aliviado del baño, sin temer más por mi vida recogí mis cosas del librero y abrí el closet. Había una niña abrazada de una mujer, me vieron con terror y corrieron hacía las puertas de roble. Me percaté de unos mensajes escritos en el suelo y en las paredes del closet, muy visibles, pero apenas entendibles. Di la vuelta y salí por las puertas de roble en donde encontré más gente, oficiales y militares en descanso. Caminé durante unos segundos por el patio que tocaba las puertas de roble.

Y entonces me desperté.